domingo, 18 de enero de 2009

Historias de tocador: Egipto


Junto al Nilo

Nefertiti inclina su áureo cuello sobre el espejo de oro pulido. Manos precisas han preparado el uadju o malaquita, el sagrado polvo verde que teñirán los párpados y las cejas reales. Ha impuesto esa moda en la corte porque sabe que la hace más bella.
Deja que la leal Aloli, de la Casa Jeneret (*), aplique el mesdemet -negro, muy negro- en el contorno de sus ojos; el ocre en sus mejillas y el polvo blanco irisado, que pincele sus labios con el color de lo sensual. Suspira mientras observa, satisfecha, el resultado.
De pie, la cubren con el kalasiri de lino blanco bordado con flores de loto, la camisa plisada de anchas mangas que semejan alas, el pectoral de oro y lapislázuli, los brazaletes de amatista. La calzan con sandalias laminadas en oro trenzado que cubren sus pies perfumados y pintados con azafrán. Desecha la doble tiara y elige la corona azul de forma cónica que colocan sobre su cabeza rasurada.
Y ya vestida, observa el Nilo desde la amplia terraza del palacio de Tell-el-Amarna.


Notas
Hace 4000 años, los egipcios ya eran expertos en cosmética y química fabricando cremas, ungüentos y polvos sintéticos con virtudes tanto estéticas como terapéuticas.
En Egipto, el maquillaje estaba ligado a lo sagrado. Según una leyenda, Horus peleó con Seth y resultó herido en un ojo. Para disimularlo, se lo pintó de negro. Pero también estaba íntimamente relacionado con la salud por lo que fue utilizado tanto por mujeres como por hombres, por adultos y niños. Logró tal importancia que formaba parte de las ofrendas funerarias que acompañaban al muerto a su otra vida.
Para endurecer los músculos utilizaban polvo de natrón, de alabastro y sal del norte mezclada con miel o resinas como aglutinantes. Se friccionaban el cuerpo, para perfumarlo y humectarlo, con esencias de terebinto e incienso. El kohl, galena finamente molida utilizada para delinear los ojos, preveía contra la conjuntivitis. Se lo llamaba mesdemet que significa “ hacer hablar a los ojos”. Su tonalidad varía según las épocas: del negro profundo al azul grisáceo.
Se teñían el pelo y se pintaban las uñas con alheña lo que les daba un tinte rojizo. Utilizaban la malaquita para pintarse los párpados y las cejas; de un género de algas (fucus) obtenían el rojo de los labios. La piedra pómez les servía para limpieza de los dientes. Los polvos para el rostro podían ser mate o irisados. En forma de traslúcidos o compactos, las texturas se asemejan considerablemente a las utilizadas hoy en día.
Cada dama contaba con su estuche de maquillaje (cofres de múltiples compartimentos) que comprendía peines, pinceles, cucharas, horquillas, estiletes, brochas, espejos y paños destinados al cuidado y la limpieza del cutis. Utilizaban lápices de marfil, madera o cerámica como eyeliners.
Las cremas comprendían terapias para mantener sin grasa la zona de los párpados, para borrar manchas de la piel, para difuminar arrugas y proteger del sol, para limpiar el cutis.
Guardaban los cosméticos en frascos de alabastro, mármol o hematites espléndidamente decorados con motivos de animales o plantas y catalogados según su grado de eficacia.


(*) La Casa Jeneret era una dependencia de la casa de la reina. Allí se educaban las damas de la corte, se tejía, se creaban las piezas de alfarería y carpintería más preciadas, se confeccionaban los vestidos y se preparaban las cremas y cosméticos.