domingo, 30 de septiembre de 2007

Aprendiendo a ver

He quedado con una amiga en almorzar juntas en un restaurante. Cuando entro, me cruzo con una mujer y me divierte ver como su mirada va, rápidamente, desde mi cabeza a mis pies y otra vez a mi cabeza. Típico, me digo. Es que las mujeres tenemos ojos certeros: en el tiempo que dura un parpadeo ya hemos calibrado cada detalle de lo que lleva puesto el otro, cómo se peina, qué edad tiene, qué hay de coherente o incongruente en su imagen.
La mirada merece una atención especial.
Las hay de todo tipo: generosas o competitivas, que nos visten o nos desvisten, que nos seducen o ponen en pie de guerra, neutrales , impávidas, temerosas, arrebatadoras. En general, la de los hombres corresponde a lo que clasifico como “mirada globalizante”. Hacen mayor hincapié en la totalidad aunque su ojos tiendan a focalizarse en determinadas zonas, iconos del fetichismo masculino. Ellos saben, muchas veces inconscientemente, que la seducción pasa por la armonía.
Armonía en nuestra manera de movernos y de hablar, de utilizar la indumentaria como una expresión de lo que somos. En general, las mujeres no estamos tan seguras de esto. Y no siempre miramos para evaluar posibles competencias. La mayor parte de las veces lo hacemos para corroborar aciertos o desaciertos... en nosotras mismas! Usamos la “mirada comparativa”.
De hecho, la mirada es comunicación. Y la finalidad de toda comunicación es reducir el grado de incertidumbre que se nos pueda plantear al accionar en la realidad.

En mi profesión, como asesora de Imagen Personal, es necesario tener una idea inmediata de quién es el otro. Hay que saber escuchar y observar sin juicios previos.
Cuando hablo de observar la primer imagen que se me presenta es la de un niño pequeño todavía no condicionado, no totalmente, por la sociedad o por su familia. Los niños ven. Miran un árbol y ven ese árbol con todas sus cualidades específicas más allá de la especie a la que pertenezca: sus hojas, sus habitantes, su color, su tamaño, los dibujos entrelazados de sus ramas.
Recuerdo a mi hija cuando tenía dos años. Se acuclillaba a mirar una hoja caída o una flor detenidamente. Y veía más que yo, que pasaba de largo diciendo -Si, una hoja seca- o -Eso es una rosa-. Y entre hoja seca y rosa todavía me quedaban compartimentos para seguir encasillando. Sin embargo, la visión de mi hija abarcaba mucho más que la mía.

Y de eso se trata el saber observar: poder abarcar al otro como totalidad. Seamos conscientes de que no existen dos personas iguales. Cada uno de nosotros tiene una imagen corporal propia (más allá de que la moda nos quiera colocar a todos en un mismo molde), diferente forma de procesar las emociones, de encarar la realidad y, por lo tanto, una experiencia de vida que es única y particular.
El asesor debe saber leer las cualidades del Yo Soy de la persona que viene a verlo. No se puede descubrir el estilo del otro sin saber quién es. Es más: no se pueden adaptar las tendencias de la moda de la indumentaria a un cuerpo físico específico sin conocer, por lo menos, un atisbo de su alma.
La elegancia y, en definitiva, la belleza no son otra cosa que armonía. Y si la armonía tiene forma también tiene contenido.
En la formación de asesores de Imagen Personal esta es la parte más díficil de trasmitir. Un asesor debe tener nociones básicas de psicología y estar dotado para utilizarlas con precaución pero también debe conocer sobre moda, sus accesorios y sobre todo aquello que conforme la imagen corporal. Sin embargo, si logramos VER hemos allanado la mitad del camino y hemos crecido en nuestro desarrollo personal.

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