lunes, 1 de octubre de 2007

Soy o quiero ser?


Hombres y mujeres de cualquier edad, todos compartimos un don especial: la capacidad de comunicarnos.

Todo acto humano tiene valor de mensaje porque comunicar es compartir símbolos. Hemos creado símbolos verbales como el idioma y símbolos no verbales como la luz roja del semáforo. Cada cultura ha ido desarrollando sus propios códigos, algunos más universales que otros.
Pero más allá de las etnias, de las razas y de los pueblos comunicamos con cada gesto, cada mirada, cada sonrisa, cada silencio. Con nuestra manera de vestirnos y desvestirnos, de caminar o de quedarnos quietos. Comunicamos cuando cocinamos o hacemos dieta, cuando escalamos el Himalaya o nos sentamos frente al televisor, cuando pintamos un cuadro o sacamos a pasear al perro. Cuando trabajamos, enseñamos, aprendemos, tomamos el colectivo o subimos a un taxi, cuando amamos y cuando odiamos, cuando somos felices o infelices. En definitiva: cuando vivimos. Y permanentemente, de manera inconsciente, informamos al otro de nuestros estados de ánimo, nuestra particular manera de encarar la realidad, a través del lenguaje corporal y la imagen personal.
Este tipo de comunicación no verbal tiene una cualidad: es veraz porque está basada en nuestras emociones y sentimientos. Y es difícil de trampear. El que nos mira no necesita ser un experto en su lectura. Intuitivamente recibe un mensaje de armonía o incoherencia.
Caminemos por la calle de cualquier ciudad. Y observemos. Allá va un señor en el filo de los sesenta, algo encorvado, que se desplaza a pasos rápidos y cortos con mirada ausente. Maletín en mano, vestido en una gama de grises indefinidos, calcetines que no combinan con nada. Tiene un aire de mal disimulado agobio. De pronto, vuelve a la realidad que lo circunda: una mujer atractiva se le cruza en dirección opuesta. Y, casi milagrosamente, el vientre del hombre se achata, su espalda se endereza y todo él adopta un aire de soy el dueño del mundo, todo un triunfador. Bravo!! Ha sido un buen ejercicio muscular aunque mal pagado: sólo recibe un gesto desdeñoso y oblicuo. Por qué el desencuentro? El señor en cuestión no es ni tan viejo ni tan feo y la señora ni tan joven ni tan bonita. Ambos parecen pertenecer a la misma clase social. Pero ella lo ve, lo cataloga con rapidez y lo desecha como “no veraz”. Y tiene razón. Un poco más lejos, una adolescente muy a la moda, con unas sandalias de tacos muy altos, sale de una reconocida boutique. Está bien vestida, bien peinada y ha combinado con buen criterio los accesorios en un look casual (todos sabemos el trabajo y las horas de elucubración que hay detrás de esto). Cuando comienza a caminar hay algo que no encuadra: le cuesta mantenerse firme y descontractée desde esa altura. Y su estudiada imagen se desmorona en mil pedacitos. En ambos casos el diagnóstico es falta de coherencia entre el yo soy y el mensaje que se emite (el quiero ser). En algún momento, todos hemos pasado por situaciones donde no hemos podido expresarnos verbalmente con clara sinceridad. Pero hay algo cierto: sin ninguna duda, nuestro lenguaje corporal sí lo ha hecho. Y si esto no nos tranquiliza, comencemos a observarnos como totalidad (psiquis, emoción, cuerpo físico) y a construir nuestra imagen en función de lo que realmente somos. La ganancia es segura.

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